Con movimientos estrepitosos se manifiestan para dejarse llevar en impensadas reacciones.
Caen al tropezar y se levantan tan rápido que les es natural volver a caer, porque no les pesa, son livianos.
Y como bebés son frágiles pero a la vez muy rudos e irrompibles.
Son valientes, descabellados e incomprendidos.
Benefactores de la risa, de los nervios, de la piel en flor.
No se esconden en la tristeza, al contrario, entristecen los espejos para hacerse reflejo y que todos vean para ayudar.
Saben gritar y saben callar. Saben hablar y saben escuchar.
Son sensuales y son cautelosos. Son explosivos y extrovertidos.
Crean del amor una ley que todo lo rige y experimentan ese gobierno.
Tergiversan las no verdades. Imploran con pasión. Piden respeto.
Viven. Viven demasiado. Me asombran.
Se preguntan. Se conocen y esa es su mayor valentía.
No lo saben pero nos enseñan a los que vemos atónitos como aprendieron a volar esquivando las jaulas.
Llegan lejos sin esfuerzo pero también caen heridos cuando el rencor les rompe las alas.
Vivan, vivan así. Ojalá por siempre dure lo que generalmente se va apagando en el lento mar de tristezas.
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